El día en que la profesora de primaria se escapó con el jardinero del colegio, el 7 de febrero de 1974, Susanita tenía dos años. No es que ella fuera consciente de mucho, tenía bastante con aprender a meter los discos en el nuevo tocadiscos sin que sonara muy raro, pero sí notó el revuelo en casa, sobre todo porque la profesora de primaria era la mujer del tío Ramón, el hermano de su madre.
Las comadres del pueblo, inmediatamente hicieron cónclave en casa de la Manuela y fijaron los pasos a seguir, a saber: prohibir nombrarla directamente por su nombre en al menos un mes, asistir al “viudo en funciones” en cosas como la intendencia de la casa y buscar una profesora sustituta de urgencia hasta que llegara la oficial.
Durante dos días no hubo clase y Susana se alegró de que su hermana se quedara en casa con ella, haciendo pasteles y dibujando recortables de muñecas con trajes de fiesta mientras miraban de reojo al tío Ramón con la cara roja esperando que se le cayera la taza de la mano temblequeante.
El tercer día los niños tuvieron que ir al colegio a rastras, las vacaciones improvisadas les había asilvestrado un poco, y además no querían una nueva profesora, querían a la de siempre, que olía a flores del campo y llevaba una trenza muy larga con la que acariciaba las caras de los que hacían bien los deberes.
Así que fue se quedaron todos boquiabiertos al ver al niño grande con raya al lado Y bigotito sentado frente a la mesa, bien tieso y con la cartera marrón apoyada junto a la silla, esperando. El hijo de la farmacéutica siempre había sido un empollón, desde que empezó a los cuatro años hasta ahora que estudiaba en Madrid, así que fue la primera opción de profesor de emergencia, dando todos gracias de que hubiera venido a pasar una temporada al pueblo y que pudiera faltar unos días más a sus deberes de estudiante modelo. Tras el primer día de pasmo salieron todos los niños corriendo a contar en casa la nueva aventura de tener a un hombre por profesor.
Susana, cansada de tantas explicaciones de su hermana y de dejar de ser el centro de atención durante tanto rato, salió al jardín a jugar con los gatos en la esquina del seto, bien escondida para que se llevaran todos un susto. Y allí fue donde vio al tío Ramón hablando con el nuevo profesor, muy bajito. Después de un rato se despidieron, y el tío Ramón tocó la cara del hijo de la farmacéutica como su hermana le había contado que lo hacía “la pecadora”. Y Susana se acurrucó con un gato en cada mano, muy contenta de que el tío Ramón tuviera un amigo también para jugar.