jueves, abril 23, 2009

In memoriam

El 19 de abril murió el inspirador de este blog (o al menos de su título). Pocos autores me han transportado a otros lugares con la precisión de James Graham Ballard. Lugares que estaban en este mundo pero a la vez tenían la magia de lo desconocido o irreal ya fueran la playa desquiciada de Vermillion Sands, un macro rascacielos o los suburbios de Londres. En los años sesenta, cuando eso del cambio climático ni existía, ya escribió “La sequía” y “El mundo sumergido”, cataclismos naturales que hoy quedan mucho más cerca. La distopia era su terreno y lo desarrolló tan perfectamente que el diccionario Collins incluso introdujo el término “ballardiano”*. Sus libros podían ser profundamente pesimistas sobre la esencia del hombre y su futuro, pero casi siempre querías estar en sus escenarios y vivir esas experiencias, volar o remontar un río en África, incluso hacer el amor en un coche a punto de estrellarse. El niño obsesionado por los aviones de “El imperio del sol” nunca dejó de volar, más lejos y más alto. El mundo hoy es un poco más gris. Espero que donde quiera que esté, continúe con su “Compañía de Sueños Ilimitada”.

En memoria de J.G. Ballard (1930-2009)

*"(1)Referente a James Graham Ballard (J. G. Ballard; nacido en 1930), novelista británico, o a su obra. (2) Que se parece o sugiere las condiciones descritas en los relatos o novelas de Ballard, esp. la modernidad distópica, los desoladores paisajes creados por el hombre y los efectos psicológicos del desarrollo tecnológico, social o ambiental"

miércoles, abril 01, 2009

Hermanas

Julia empezó a gritar desde sus ciento sesenta centímetros concentrados en once años de vida. Los puños cerrados aparecían blancos bajo el fluorescente de la clase. Los demás niños empezaron a llorar y a girar sin orden ni concierto. La coordinación que había costado una hora conseguir se perdió. Luis intentó controlar a la niña hablandole suavemente pero fue inútil, había entrado en su mundo de caos y aislamiento. Por suerte las madres acababan de llegar. Ana y María, las dos síndrome de Down más ligeras se despidieron moviendo la mano y sonriendo. El resto ni le vieron mientras los arrastraban fuera de la sala. Sólo quedó Julia, repetida mil veces en los espejos, inconsolable. Su madre llegaba tarde. Cuando parecía que la cabeza de Luis iba a estallar entró otra niña, de apenas cinco años, pero toda decisión. "Ven Julia, nos vamos a casa" le dijo tirando de su mano. Los gritos cesaron de repente y el maestro vió atónito salir a las dos niñas con ritmo acompasado y perderse en el pasillo