Me gustan los relatos breves, me siento en el autobús por las mañanas y el fluorescente desaparece, de repente floto en el mar de los Sargazos, me arruino en el Bingo Paraíso o acaricio la nuca de María Antonieta. Es sólo un momento, una sensación, pero al fin y al cabo los días que recuerdas haber vivido son sólo instantes en que fuiste feliz o te hicieron daño, imágenes que quedaron impresas y que casi siempre mienten. Pinceladas de estampa impresionista.
No está el cuadro completo, sólo se entrevé un universo y se cierra la puerta de un portazo, el escalofrío, el calor o la furia siguen pero tendrán que crecer en otra cabeza y los personajes, si el lazo de la caja no es demasiado fuerte, terminarán haciendo lo que cada uno piense que deben hacer, quizás el gato-cobaya se escape o suene el teléfono por fin, esto no es una novela, es un cuento.
Algo que he sentido o querría vivir, un lugar imaginado, una conversación que nunca existió, explotan en el papel y vuelan mas allá, donde quieras llevarlos, ahora es tu trabajo, yo ya me he liberado, he bailado, he jugado o he besado y seguramente habré mentido. Mi tía bisabuela sorda no fue repudiada porque yo lo he decidido así, la historia se reescribe y se bifurca, sigue su camino y veo cómo se aleja.
Hoy algo distinto está creciendo justo en el hueco vacío, ahí donde el atlas sostiene mi cabeza, y cosquillea, se retuerce. No sabe hacia donde irá cuando abandone la nuca, si acabará riendo o clavando un cuchillo. Sólo sabe que tarde o temprano necesitará salir.
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Pero ese es otro cuento.
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