Porlier huele a polvo y sudor de miedo. Las canciones sobre la Pepa se oyen por los pasillos, mala señal, hay nerviosismo en la música, la semana pasada tuve que explicarle a un chaval lo que significaban. Un reportero de apenas veinte años, idealista e inconsciente como lo éramos antes. Desde que sabe que la Pepa es la Pena, ya no sonríe, pero hace bromas y canta como el que más para no oir los disparos, supongo yo.
Yo ocupo mis días escribiendo lecciones para mis niños, las chicas son mayores y no sé si les servirán de algo pero quizás al pequeño... Cuando me canso miro pasar los pies desde la ventana, los limpios van rápido, se apartan en seguida, los sucios se arrastran, van despacio como si temieran desintegrarse a cada paso. Si pego el pecho a la pared puedo incluso alcanzar el cielo y me transporto al cerro de los Siete Vientos, entre el romero y me veo describir piedras o los meandros del Jarama a los chicos que me miran con ojos enormes y caras coloradas por el sol o huelo las calles rojas de uvas pisoteadas en tiempo de vendimia.
A mis compañeros les gusta que describa la casa-escuela con sus ventanales de la calle Tiendas, y los pupitres toscos unidos al asiento con sus cajitas de hierro llenas de arena caliente de la estufa para calentarnos las manos. Hace frío en los sótanos, el calor no llega hasta aquí, ¿para qué? Muchos nunca han visto el mar y les cuento los viajes interminables en coche, y las olas salvajes de Llanes, que lamen tus pies hasta amoratarlos envueltos en espuma.
Pero hoy es distinto, esta noche han llegado de nuevo, con la "saca" en la mano, los nombres de los que se irán mañana para no volver y han nombrado a Gerardo, mi gran amigo. He llenado el tintero como lo hacía cada mañana en la otra vida y le he escrito un poema.
Yo ocupo mis días escribiendo lecciones para mis niños, las chicas son mayores y no sé si les servirán de algo pero quizás al pequeño... Cuando me canso miro pasar los pies desde la ventana, los limpios van rápido, se apartan en seguida, los sucios se arrastran, van despacio como si temieran desintegrarse a cada paso. Si pego el pecho a la pared puedo incluso alcanzar el cielo y me transporto al cerro de los Siete Vientos, entre el romero y me veo describir piedras o los meandros del Jarama a los chicos que me miran con ojos enormes y caras coloradas por el sol o huelo las calles rojas de uvas pisoteadas en tiempo de vendimia.
A mis compañeros les gusta que describa la casa-escuela con sus ventanales de la calle Tiendas, y los pupitres toscos unidos al asiento con sus cajitas de hierro llenas de arena caliente de la estufa para calentarnos las manos. Hace frío en los sótanos, el calor no llega hasta aquí, ¿para qué? Muchos nunca han visto el mar y les cuento los viajes interminables en coche, y las olas salvajes de Llanes, que lamen tus pies hasta amoratarlos envueltos en espuma.
Pero hoy es distinto, esta noche han llegado de nuevo, con la "saca" en la mano, los nombres de los que se irán mañana para no volver y han nombrado a Gerardo, mi gran amigo. He llenado el tintero como lo hacía cada mañana en la otra vida y le he escrito un poema.
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A mi bisabuelo Román (1892-1939)